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Estado de México

Villa Donato Guerra

Si deambulas por las calles de Attezi (término mazahua difícil de traducir), conocerás sus diferentes ámbitos en unas cuantas horas, lo que no significa que ahí termine tu paseo, pues en las inmediaciones de la cabecera municipal hay varios parajes propicios para entregarte a sanas caminatas y sanas reflexiones.
Existe un trayecto fabuloso entre ocotales y pinos altísimos. Cuando llegues al mirador detente. Desde la atalaya verás la torre y la cúpula del templo de La Asunción, del siglo 16. Una vez que has vagado desde las alturas sobre la centenaria villa, lo harás paso a paso por sus calles para rematar en El Salto, cuyas aguas caen desde una altura cercana a los 60 metros. Como la caída se encuentra en propiedad privada sólo se accede a su prodigio los sábados. Se determinó como reserva ecológica de la monarca a una zona que abarca 16 mil 110 hectáreas localizadas entre los municipios de Ocampo, Angangueo, Zitácuaro y Contepec, en Michoacán, y los municipios de Donato Guerra, Villa de Allende, Temascalcingo y San Felipe del Progreso, en el Estado de México.






Habrás visto también a hombres que ofrecen tapetes de lana de Temoaya en la calle o en algunos tianguis. No te dejes engañar. Esos tapetes son "piratas". No tienen la calidad, ni la cantidad de nudos, ni la excelencia de lana y teñido que poseen los auténticos tapetes manufacturados por los otomíes en el centro artesanal de San Pedro Abajo, comunidad localizada a escasos kilómetros de la cabecera municipal. Un tapete de grandes dimensiones es elaborado por tres o cuatro artesanas al mismo tiempo. Cuando te acerques a ver cómo trabajan, tu asombro no tendrá límites al constatar la armonía de su ritmo y su velocidad, no tendrás tiempo de ver cómo hacen los nudos, cómo las hebras entran por el frente y salen por atrás.
El dibujo va apareciendo y tú creerás que estás frente a un acto de ilusionismo puro. Los tapetes de línea ofrecen diseños decorativos de diferentes etnias (cora, huichol, mazahua, otomí, chinanteco, tepehua y mazateco), otros regionales (Guanajuato, Chiapas, Nayarit) y algunos alegóricos (Árbol de la Vida). Uno de los más apreciados es el estilo colonial. Los 35 diseños diferentes que hay en el catálogo se producen en varios tamaños considerados estándar, desde uno de 30 x 30 centímetros hasta uno de 1.80 x 2.70 metros. Hasta hace un par de años, la traza de los motivos ornamentales presentaba 250 variantes, hoy presume 350. El nombre primitivo de la población otomí fue Dongu. Cuando los aztecas sojuzgaron la región la llamaron Temoayan, que significa "lugar donde todos descienden" o simplemente "lugar de descenso o de bajada". Los otomíes de esta región aún conservan algunas costumbres y tradiciones ancestrales en toda su pureza.







Según el Códice Mendocino, Metepec, vocablo náhuatl, se traduce "En el cerro de los magueyes", alusión al cerro que se eleva en la antes apaciguada llanura, junto al antiguo asentamiento matlatzinca conquistado por Axayácatl en 1467. Se desconoce con exactitud la fecha de su fundación; los arqueólogos han aventurado varias fechas: para unos, los matlatzincas se establecieron en el área hacia el siglo 11; para otros, Metepec era un señorío de relevancia en el valle de Toluca hacia 1120.

Metepec relampaguea colores en la arquitectura vernácula y en sus piezas de arcilla. La fisonomía de sus calles es un contento perpetuo en contraste con el carácter introspectivo de su gente, personas amables orgullosas de su barro, de esa alfarería que proyecta gozo por la vida. Entrar en un taller de artesanos es una experiencia cautivadora que propicia la curiosidad. Ver cómo los oficiales preparan el barro; como es cernido, mezclado y amasado; cómo se moldean las piezas y se decoran con elementos de gran fuerza popular, es descubrir la imaginación y la sabiduría de artistas que han logrado la perfección de su arte a través de generaciones.








Ubicada en Atizapán de Zaragoza, Municipio vecino del Distrito Federal, la Presa Madín aguarda por los "marinos de Ciudad", ya que es un oasis para salvarse del estrés cotidiano.
Hay tres opciones de diversión: kayak, remo o velero, que se pueden practicar comprando un "day pass", cuyo costo depende de lo elegido.
Incluye la renta del equipo por una hora, guía o instructor, y comida y bebidas (agua, refresco o cerveza).
Todo en complemento con un snack bar ambientado con música chillout, arena y futones para contemplar el paisaje cómodamente.
El kayak, al igual que el remo y el veleo, son deportes poco conocidos, así que por qué no practicar algo distinto.

Garzas, cardenales, patos, palomas y hasta búhos, así como carpas y truchas te acompañarán en la travesía.
Además, el remo es uno de los deportes más completos porque se ejercita espalda, abdomen, brazos y piernas.
Un club náutico es el administrador de estas actividades, y su creación fue con el objeto de limpiar la presa que, aunque no tiene algas, sí hay botellas y latas flotando alrededor.
Pero esto no impide que en la presa y en el río Tlalnepantla -que alimenta a la primera- haya pescadores con quienes podrás conversar bajo promesa de no enredarte en los hilos o espantar a su comida con los remos.






Avándaro es conocido porque en 1971 reunió a miles de jóvenes en un festival de rock, pero en su escarpado terreno montañoso encontrarás impresionantes cascadas.
Éstas se producen por la caída de agua del arroyo San Juan, como la llamada "Velo de Novia", la cual tiene 12m de altura y se asemeja a un tul de agua, o como la de Avándaro que además de ser digna de admiración te invita a caminar por las orillas del río del molino.
En Avándaro se sitúa una moderna zona residencial colindante a la población de Valle de Bravo, que también puedes visitar, ya que te ofrece actividades diversas para realizar.









A las 9:00 horas se abre un museo con escasos visitantes, pero a partir de las 11 la afluencia se incrementa. En las antiguas celdas y en los espacios abiertos se exhiben importantes colecciones como taraceado, orfebrería, estatuaria, porcelana, marfiles, mobiliario, herrería, pintura, armas, armaduras y terracotas; en estos últimos pueden apreciarse figuras de barro que muestran escenas de la vida cotidiana durante la época virreinal. Al ingresar al Museo te darás cuenta de que los claustros no son abiertos, contemplativos, como en otros conventos, son claustros cerrados, propicios para la concentración y el estudio. Tanta belleza se acompaña de espacios menos abrumadores, de espacios más sobrios.